Tras los músicos, les llega el turno a los escritores que visitaron la Villa y Corte de Madrid. Pero no serán los últimos acerca de quienes se escriba en este blog. Tras ellos llegarán políticos, poetas, gentes del cine, científicos… En resumen, un repaso a aquellos visitantes ilustres, que se han dejado caer en algún momento por nuestra querida ciudad.
Giacomo Casanova en 1767.
Giacomo Casanova nació en Venecia el 2 de Abril de 1725, y desde muy joven se dedico a disfrutar de la vida de todas las maneras posibles e imaginables, convirtiendose en un auténtico hedonista, que vivía únicamente, por y para el placer y el disfrute de la vida:
“Mi ocupación principal fue siempre cultivar el goce de mis sentidos”
Su vida estuvo llena de aventuras y experiencias de lo mas variado: fue seminarista, estudio Leyes, fue secretario personal de un Cardenal, estuvo en el ejército, estudió física, biología y química, pero también la cábala y las ciencias ocultas. Fue protegido del Senador Bragadito y dedicó su vida a viajar, seducir a cuanta mujer se cruzo en su camino y relacionarse al más alto nivel. En resumen, Casanova concibió la vida como una obra de arte de la que había que disfrutar al máximo. Este espíritu aventurero y hedonista, una constante a lo largo de su vida, hizo que se viera involucrado en numerosos problemas, llegando a dar con sus huesos en la carcel en varias ocasiones, logrando escaparse de ella en alguna que otra ocasión. Su visita a Madrid, donde se relaciono con ilustrados como Campomanes y Olavide, militantes anticlericales que habían intervenido en la expulsión de los jesuitas, estuvo relacionada con ciertos encargos de la masonería, lo que no impidió que estudiara a fondo las costumbres de nuestro pais.
En las mas de 3.000 paginas de sus memorias, tituladas «La historia de mi vida», Casanova crea una de las grandes obras maestras de la literatura del s. XVIII, con la que lleva a cabo un repaso extenso al tiempo y los lugares en los que le toco vivir. Casanova, al hablar acerca del relato de su vida asegura que:
“El relato de mi vida no es un relato dogmático”
En 1767 Giacomo Casanova, con 42 años, tras múltiples peripecias, entra en Madrid a través de la Puerta de Alcalá montado en una mula, tras haber sido expulsado por indeseable de Austria y Francia. Apasionado de la vida, como ya hemos dicho, se dedica a disfrutar de la vida madrileña y los numerosos placeres que ofrece al visitante, relatándonos en sus memorias su visita a Madrid con toda minuciosidad, contándonos desde la vida cotidiana del rey Carlos III, hasta su estancia en la Cárcel del Buen Retiro. Durante su estancia en la capital de España, se alojó en una fonda de la Calle de la Cruz, situada junto al teatro del mismo nombre, recomendada por un amigo de Burdeos. Un establecimiento, cuando menos curioso, donde las puertas de las habitaciones tenían el cerrojo por fuera y no por dentro, debido a la obsesiva y constante preocupación por la salvación de las almas de la Santa Inquisición, que en cualquier momento podía llevar a cabo una minuciosa inspección. En sus memorias, al hablar de los españoles, y por tanto de los madrileños, Casanova no duda en afirmar que:
«Los franceses siempre me han gustado por sus modales tan gentiles y corteses; los españoles no, porque son repelentemente orgullosos. Sin embargo, en más de una ocasión he sido engañado por los franceses. Jamás por los españoles. Desconfiemos pues de nuestros gustos».
Mientras se encuentra en Madrid, nuestro ilustre visitante muestra un gran interes por el misterioso lenguaje de la seducción española, la galantería y las misteriosas claves de las mujeres españolas, recatadas y discretas, pero con frecuencia predispuestas a los lances amorosos, intentando encontrar la forma de entenderlas, se convirtió en un apasionado del fandango, una escuela de bailecmuy popular en aquellos días, del que decía:
“Es el baile de parejas más loco e interesante que he visto en mi vida. Me parece que ninguna mujer puede negar nada a un hombre con el que ha bailado el fandango. El placer que me producía verlo me arrancaba gritos”
El Ayuntamiento de Madrid nos recuerda la estancia en nuestra ciudad de tan ilustre y peculiar visitante con una de sus numerosas placas amarillas, situada en la calle de la Cruz, en la que podemos leer:
«En este lugar estuvo la Fonda de la Cruz, donde GIACOMO CASANOVA, se alojó entre 1767 y 1768»
Victor Hugo en 1811.
Víctor Hugo vivió en Madrid cuando tenía nueve años. Sobra por tanto decir que aun no era lo que se dice un visitante ilustre, pero el hecho es que su estancia en Madrid a tan temprana edad, cimento el amor que el escritor siempre profesó por todo lo español. Por eso, creo conveniente a pesar de la temprana edad, mencionar la estancia en Madrid de este visitante, que con el tiempo, si llegaría a ser ilustre.
Su padre, José Leopoldo Hugo, era general del ejército de ocupación francés y gobernador de Guadalajara, donde combatiría a las guerrillas del militar español y héroe de la Guerra de la Independencia, Juan Martín «el Empecinado», lo que le valió los títulos nobiliarios de conde de Sigüenza y Cogolludo, con Grandeza de España, concedidos por el entonces Rey, José I Bonaparte. Su madre, Sofía Trebuchet, vino al encuentro de su marido por el deseo que tenía el rey de que sus preferidos se asentaran, con sus familias, en la Corte Española. El matrimonio no se llevaba bien y hasta el propio Rey medió para intentar unir a la pareja, pero Sofía volvió a los pocos meses a París.
Durante su estancia en Madrid, donde llegó acompañado por su madre, Sofía Trebuchet, y sus dos hermanos, Víctor Hugo se alojó en el Palacio Masserano. El matrimonio Hugo, hacía tiempo que estaba distanciado, de hecho el general se paseaba constantemente por Madrid con su amante, Catherine Thomas. Jose I no estaba dispuesto a tolerar un escándalo que podía dar pie a motines y revueltas promovidas por los conservadores y ultracatólicos habitantes de Madrid, que ya lo detestaban, entre otras muchas razones, por ser un rey impuesto por el invasor, frances e hijo de la Revolución. Así, en enero de 1812, el monarca escribió una carta al general Hugo en los siguientes términos:
«No os lo oculto. Está en mi voluntad que no deis un ejemplo escandaloso al negaros a convivir con madame Hugo, como cabe esperar de un hombre de vuestra calidad… Prefiero vuestra marcha al espectáculo que ofrece vuestra familia desde hace meses»
Victor Hugo siempre recordaría sus juegos infantiles en el patio de su residencia madrileña con la hija de Pilar Acebo, marquesa de Montehermoso, que fue la primera de las amantes de José I, así como sus estudios en el cercano Real Colegio de las Escuelas Pias de San Antón, de los Padres Escolapios, en la calle Hortaleza. El general Hugo, había decidido que sus tres hijos estudiaran en esta institución, que los franceses habían convertido en un seminario de nobles, donde estudiaban apenas una veintena de alumnos. Antes de que terminara el curso, el mayor de los hermanos Abel, abandono los estudios para pasar a ocupar un puesto en el Palacio Real como paje del Rey. Eugéne y Víctor seguirían allí todo el curso, sometidos a la mas estricta disciplina: diana a las seis de la mañana, seguida de abluciones con agua fría, luego misa, de la que los hermanos se librarían porque su madre declaró, que eran protestantes. El genial autor, entre otras muchas obras, de Los Miserables, a lo largo de su vida conservaría algunas de las costumbres adquiridas en San Antón, como la de lavarse cada mañana con agua fría o la de rezar antes de las comidas, pese a ser profundamente anticlerical. Esta era la vida que Víctor Hugo llevó durante el curso escolar que permaneció en España, antes de regresar a París con su madre y su hermano Eugéne, ante la evidente imposibilidad de recomponer un matrimonio que hacía tiempo que no funcionaba.
Las obras del genial escritor francés, están plagadas de recuerdos de esa España que conoció cuando era un niño, incluidas las corridas de toros, y así, cincuenta años después de su estancia en España, describiría un desfile de las tropas francesas por la calle de Hortaleza:
«Mientras los soldados pasaban bajo nuestro balcón, don Manuel se inclinó sobre la oreja de don Basilio y le dijo: Ahí va Voltaire, desfilando»
Y en «Ruy Blas», la obra ambientada en Madrid, que el escritor escribiría muchos años después, Victor Hugo nos cuenta como la desdichada Reina, al igual que su madre, reza el Rosario cada día y escribe:
«Va cada día a visitar a las monjas del Rosario. Ya sabes, subiendo la calle de Hortaleza»
En cuanto al Palacio Masserano, recibía este nombre de sus anteriores propietarios, los Príncipes de Massera, cuya presencia en España se remontaba al reinado de Felipe V. Posteriormente perteneció al príncipe Carlos, hermano del futuro Fernando VII, para, con la ocupación francesa, pasar a ser alojamiento de algunos nobles privilegiados de la camarilla de José I Bonaparte, antes de ser vendido definitivamente. Allí estuvo la famosa fonda de Genieys, uno de los establecimientos mas populares de la época, famoso además por ser citado por Benito Pérez Galdós en los «Episodios Nacionales», como uno de los primeros restaurantes de la ciudad. Siendo además de los primeros en introducir la cocina francesa en la gastronomía española. Posteriormente y según nos cuenta Pedro de Répide, Cronista de la Villa fue sede del Heraldo de Madrid, acogiendo después un teatrillo para aficionados llamado Salón Zorrilla, antes de ser demolido, entre 1910 y 1911, como consecuencia de las obras de construcción de la Gran Vía.
La placa colocada por el Ayuntamiento de la Villa, que recuerda la estancia de Victor Hugo en Madrid, se encuentra en la esquina de las calles de la Reina y Clavel y en ella figura la siguiente leyenda:
En este lugar estuvo el palacio Masserano donde vivió VICTOR HUGO entre 1811 y 1812.
Théophile Gautier en 1840.
Théophile gautier, nació el 30 de agosto de 1811 en Tarbes, una pequeña ciudad situada en el departamento francés de Hautes-Pyrénées. A muy temprana edad su familia se trasladó a París, donde entablaría una gran amistad con Honore de Balzac, Victor Hugo y Gérard de Nerval entre otros. Durante gran parte de su vida se dedicó a viajar, visitando lugares entonces tan exóticos como Italia, Turquía, Rusia, Egipto, Argelia o España. Cuando visitó nuestro país, en la primavera de 1840, estaba a punto de finalizar la Primera Guerra Carlista, razón por la que fue enviado para cubrir la contienda como periodista, equipado con un daguerrotipo, el primer procedimiento fotográfico, dado a conocer tan solo un año antes, en 1839, y con el que Gautier, iba a intentar captar imágenes de su experiencia española. Unas fotografías que nunca llegaron a ser publicadas, ni se tuvo noticias de ellas.
Durante su estancia en Madrid, Gautier se alojó en la Fonda de la Amistad, un establecimiento muy popular por su buen precio y esmerado servicio, tal y como escribe en su obra «Viaje por España», un libro de viajes editado en 1845, junto a «Carmen», la inmortal obra de Prosper Mérimée, lo que despertó entre los parisinos un gran interés por España considerado por aquel entonces como un país exótico, apasionado y romántico.
«Fuimos a alojarnos cerca de la calle de Alcalá y del Prado, la calle de Caballero de Gracia, en la Fonda de la Amistad”
Gautier se interesa por todo lo que ve: la pintura, la escultura, la arquitectura, los paisajes, el modo de vivir de los españoles, la cocina, los distintos oficios… y se siente especialmente atraído por las mujeres españolas y escribe acerca de nuestro país, con un encanto especial y una mirada imparcial, imposible, o al menos muy difícil de hallar, en otros viajeros que le siguieron. A su regreso a París confesó:
«Después de la sopa trajeron el puchero, plato eminentemente español, o a decir verdad, el único plato español, pues todos los días se come de Irún a Cádiz, y viceversa»
«Una mujer sin abanico es algo que no he visto todavía en este bendito país. Los abanicos, al abrirse y cerrarse, producen un débil silbido que, repetido varias veces por minuto, da una nota que resulta extraña para un oido francés»
Durante su estancia en la capital de España, Gautier se dedicó a pasear por sus calles, describiendo y comentando con todo detalle todo lo que veía, sintiéndose especialmente atraído por el mundo de los toros. En su obra “La maja y el torero”, en la que un diestro sevillano se enamora de una maja madrileña, escribe:
“Se me ocurrió el capricho de disfrazarme de Manolo para callejear por los barrios castizos y gustar del animado aspecto de las tabernas y los barrios populares, pues, como usted sabe, Feliciana, son de mi agrado, aunque admirador de la civilización, las clásicas costumbres españolas.”
Gautier tras su estancia en España, se convirtió en un auténtico apasionado de todo lo español, como demuestra lo que escribiría tras su regreso a París:
«Me sentía allí como en mi verdadero suelo y como en una patria vuelta a encontrar»
En esta ocasión, la placa amarilla colocada por el Ayuntamiento, se encuentra en el lugar donde estuvo situada la Fonda de la Amistad, en la calle Caballero de Gracia. En ella podemos leer:
«En torno a este lugar estuvo la Fonda de la Amistad donde el escritor TEÓFILO GAUTIER vivió en la Primavera de 1840»
Alejandro Dumas (padre) en 1846
Alejandro Dumas fue un novelista y dramaturgo francés cuya infancia estuvo marcada por la falta de recursos económicos lo que hizo que recibiera una escasa formación. No obstante estas carencias de su infancia, su carácter soñador y su inquebrantable espíritu de lucha, hicieron que, tras pasar por los mas variados empleos, Dumas entrara al servicio del Duque de Orleans como escribiente, gracias a su excelente caligrafía, comenzando, a partir de ese momento, a escribir obras de teatro, dedicándose a partir de 1830 exclusivamente a la literatura.
La conocidísima frase “África empieza en los Pirineos” fue atribuida por el barón Charles Davillier, autor de un Viaje por España ilustrado por Gustavo Doré, a su compatriota Alejandro Dumas padre, aunque el autor de «Los tres mosqueteros» y «El conde de Montecristo», entre otras muchas obras, siempre negó de forma categórica el haberla pronunciado. En cambio si escribiría sobre Madrid, una ciudad de la que llego a afirmar:
«La ciudad hospitalaria, donde he disfrutado de doce de los días más felices de mi vida»
Alejandro Dumas llego a Madrid llamado por Antonio de Orleáns, hijo de Luis Felipe de Francia y Duque de Montpensier, para que cubriera y contara su boda con Luisa Fernanda de Borbón, hermana de Isabel II. Llegó en compañía de su hijo, que entonces contaba veintidós años, su secretario, el poeta Aunguste Maquet, los pintores Aldolphe Desbarolles y Eugène Giraud, y Eau Benjoin, y su fiel criado etíope. De la estancia del escritor entre nosotros nacerían dos libros: «De París a Cádiz» y «Cocina española», que años mas tarde paso a formar parte de su a su «Gran Diccionario de la Cocina». La gran popularidad de sus obras entre los lectores españoles, hizo que llegara a afirmar durante su estancia en nuestra ciudad:
«Soy más conocido, y tal vez más popular en Madrid que en Francia»
Llegados en la comitiva del príncipe francés, una vez en Madrid, se instalaron en una fonda, propiedad del también dueño de la Fontana de Oro, asistiendo a las bodas reales de las dos hijas de Fernando VII y Mª Cristina de Borbón: Isabel II, que contraria matrimonio con su primo Francisco de asís y su hermana, la infanta Luisa Fernanda que lo hacía con el frances Montpensier.
Las ceremonias se celebraron el 10 de Octubre de 1846 en la Capilla Real del Palacio de Oriente, celebrándose al día siguiente, en la Basílica de Nuestra Señora de Atocha, la Misa de Velaciones, como signo de indisolubilidad del matrimonio. El velo, de color blanco y rojo, se coloca sobre la cabeza de la esposa y los hombros del esposo, retirándose al acabar la bendición.
La ciudad de Madrid se volcó, según nos cuenta Dumas con todo lujo de detalles. Hubo grandes fiestas aquella semana en Madrid, con luminarias, toros, bailes populares, fuentes de leche y vino en la Plaza Mayor, fuegos artificiales, y un constante trasiego de madrileños, que Alejandro Dumas viviría desde el número 10 de la Carrera de San Jerónimo.
Y en este céntrico lugar de la capital, es donde se encuentra la inevitable placa amarilla, en la que podemos leer:
Aquí estuvo la casa de Monier donde se alojó ALEJANDRO DUMAS cuando vino a narrar la boda de Luisa Fernanda (1846)
Hans Christian Andersen en 1862.
Hans Christian Andersen nació en 1805, en la ciudad danesa de Odense, situada en la isla de Fionia. Poeta, dramaturgo, novelista, autor de libros de viaje, sin embargo, siempre ha sido mas conocido por sus cuentos, entre los cuales, podemos destacar algunos de los mas famosos y conocidos relatos destinados al público infantil, como «El patito feo», «La sirenita», «La princesa y el guisante», «El traje nuevo del Emperador» o «La pequeña cerillera» entre otros títulos.
Autentico apasionado de la imagen romántica, que de España se tenia a principios del siglo XIX, Andersen, siempre había manifestado su deseo de visitar España, aunque no lo haría hasta los 57 años y Madrid sería la etapa final de un recorrido por la geografía española, que comenzó en Barcelona, para desde allí recorrer Levante y Andalucía. Una vez llegado a Madrid se alojó ,desde el 7 de diciembre de 1862, en la Fonda de La Vizcaína, situada en el comienzo de la calle Mayor, junto a la Puerta del Sol, tal y como podemos leer en su diario:
“Llegamos a Madrid a las siete con la luz de la luna. Cogimos un coche y nos fuimos a la Fonda de La Vizcaína, donde nos dieron una habitación para cada uno, la mejor para Jonas. Cenamos bien”
Pero Madrid no resulto ser la ciudad que Andersen había esperado encontrar, tal y como plasmo en su libro titulado «Un viaje por España», donde escribió:
«El día amaneció crudo y desapacible, y ¡Oh sorpresa!, los tejados estaban blancos de nieve; había llegado el invierno a Madrid. Abajo, en la plaza donde convergen las vías principales de la ciudad, estaba todo negro y fangoso; carros y mulas con alegres campanillas, cocheros y simones, iban y venían»
«Una sorprendente joya tiene a pesar de todo Madrid, única en su clase: la galería de arte, una perla, tesoro digno de verse, merece la pena venir a Madrid sólo por eso»
En recuerdo de la visita del famoso cuentista, el Ayuntamiento madrileño ha instalado una de sus placas en el lugar en que estuvo situada la fonda donde se alojó, en la que podemos leer:
Aquí estuvo la Fonda de La Vizcaína donde residió en 1862 HANS CHRISTIAN ANDERSEN según escribió en su diario.
Hasta aquí ha llegado esta segunda entrada acerca de los visitantes ilustres, que han honrado a Madrid con su presencia, esta vez dedicada a los escritores. Espero que os haya parecido interesante y que esperéis impacientes la siguiente, que estará dedicada, con toda probabilidad, al mundo del cine.
muy interesante tus aportaciones.
Muchas gracias por tu comentario.